En defensa propia

Mujer asfixiada

 

Pilar de Vera

FSC País Vlaencià

 

 

Siempre que se acerca el 25 de noviembre, esa fecha que todo el mundo reivindica con grandes puesta en escena y declaraciones grandilocuentes, me pregunto si realmente solo nos eriza la piel el anuncio del asesinato de una mujer. Si esa es la única violencia que estamos dispuestos a asumir. O puede que ni esa se interiorice realmente. Que estemos hablando de aquello de “lo políticamente correcto”.

Quizá debamos hablar de las violencias contra la mujer o de las distintas formas de violencia. No soy una teórica del feminismo. Soy más bien de aquellas que lo sienten en las tripas. De las que hemos llegado al feminismo en defensa propia.

Violencia es todo tipo de abuso. La persona abusada siempre se siente violada y la permisividad del abuso nos lleva, en último extremo, al asesinato machista, al “la maté porque era mía”. Pero hasta llegar al asesinato como máximo exponente de la violencia, se recorre un largo camino que, de forma transversal, incide en todos los ámbitos de la vida de una mujer desde su nacimiento.  No puedo dejar de pensar en la reciente sentencia del Tribunal Supremo que ha venido a que declarar que “un tocamiento no consentido es un ataque a la libertad sexual” y debe ser considerado como acoso sexual. Si, suena a perogrullada, pero hasta ahora no eran aisladas las sentencias que consideraban estos tocamientos como delitos leves de coacciones que únicamente llevan asociadas penas de multa de un mes a tres. No es que crea que un aumento de las penas vayan a ejercer una función disuasoria, pero estoy convencida que contribuiría a diluir considerablemente la patina de impunidad de la que disfruta aquel que piensa que es muy gracioso besar a una reportera mientras trabaja sin su consentimiento y, quizá, evitar que sea normalizado socialmente. Quizá hasta  se llegue a entender que “solo sí es sí”.

La violencia contra las mujeres subyace en todos los ámbitos y estadios de nuestras vidas. Está profundamente enraizada en la falta de equidad y en la discriminación entre hombres y mujeres, en unas sociedades profundamente patriarcales que han imbuido religiones, políticas, filosofías, creencias, economías, sociedades…Por lo tanto, esta violencia es estructural y como tal debe ser tratada.

Entre las múltiples formas en las que la violencia machista se manifiesta, podemos encontrarnos con la violencia física en sus diferentes grados hasta llegar al feminicidio, violaciones, vejaciones y abusos físicos o psíquicos… Eso si nos circunscribimos a nuestro entorno pero la violencia contra las mujeres no conoce de fronteras. Violaciones como el tráfico de mujeres, la mutilación genital femenina, los asesinatos de mujeres “por honor” o por no abonar la dote, la corrosión por ácido, la violación de las mujeres como acto de guerra, la situación de violencia permanente ejercida sobre las mujeres refugiadas… se producen a diario. Se cifra en que hasta un 70 por ciento de las mujeres sufriremos violencia a lo largo de nuestra vida.

Otras violencias son más sutiles. Aquellas que te limitan, que te inducen al convencimiento de que tu camino es otro. Las que orientan tus deseos y tus necesidades. Las que te hacen dependiente y ciudadana de segunda clase. Si, son más sutiles, pero son el origen, el embrión que gesta al monstruo de la violencia. Las que culpabilizan a las víctimas y justifican a los agresores.

Desde el objetivo de erradicar la violencia machista con carácter permanente, es necesario atacar esta lacra de forma transversal y multidisciplinar.

La educación, necesariamente, ha de convertirse en el motor de cambio del tejido social construyendo identidades igualitarias y eliminando los contenidos sexistas del sistema educativo, de las expresiones culturales, de la lengua. La normativa legal es otro de los campos que tendrán que ajustarse para mayor protección de las víctimas. La actual ambigüedad en muchos casos da lugar a disparidad de criterios interpretativos de la judicatura que no siempre cuenta con la apropiada formación en género que permita una apreciación correcta de los hechos, dejando que sigan actuando los estereotipos y las expectativas de actuación que se generan sobre estos.

Empecé a escribir este artículo con la intención de incidir en esas violencias no explícitas y en la dificultad añadida para afrontar  la violencia machista si la víctima vive en una zona rural donde los recursos están lejos, donde todo es más difícil, más doloroso. Donde su círculo social es reducido y cerrado. Donde ha de volver después de la denuncia, donde todos son “familia o allegados”. La agredida, con casi  total seguridad, estará sola. Sola y lejos de todo. Pero la realidad ha sido tozuda hoy, 25 de septiembre. 4 asesinatos machistas. A primera hora, un asesino mata a cuchilladas a sus dos hijas de 3 y 6 años en mi ciudad, Castellón. Dos denuncias por violencia archivadas y consideración policial de riesgo bajo. Sobre las 10:20 h. la expareja de otra mujer la asesinaba a puñaladas en su residencia en Maracena (Granada).  A las 13:30 h. otra mujer ha sido degollada en su residencia de Bilbao en presencia de sus hijas, ambas menores de 5 años, por su marido.

Ya han asesinado a 961 mujeres y 25 criaturas.

Sigo con un nudo en las tripas. Con la necesidad de gritar. Ya no tengo lágrimas. Siento una rabia inmensa al constatar que nuestra vida depende de intereses políticos y presupuestarios, de mezquinos cambalaches. Nuestra vida no va ha ser más moneda de cambio. No con mi silencio. Las mujeres ya solo podemos actuar en defensa propia.