La cuestión sin respuestas.

Mujer con las manos sucias

 

Berta Cao

En la actualidad, trabaja en el Ayuntamiento de Madrid en calidad de Comisionada del Orgullo de Madrid, entre otras funciones.

 

 

La violencia machista se ha convertido en la mayor lacra que sufren las mujeres, por encima hasta del cáncer, el corazón y los accidentes de tráfico.  La desesperación que provoca la falta de respuestas y el cambio de tendencia de las cifras relacionadas con esta cuestión no puede dejarnos indiferentes.

Que a estas alturas de año (piensa en un mes antes del momento de publicar esto) los datos oficiales superen 40 mujeres asesinadas y los datos de recuento de las organizaciones feministas alcancen las 60 más 9 menores, no puede generar más que indefensión.

Un juez  del juzgado de violencia de género de Madrid, refiriéndose a la mujer víctima como “hija puta” y “bicho”, con la connivencia en la mofa  de la fiscala y la letrada, pone la atención sobre una de los elementos que favorecen la desprotección de las mujeres, como es la consideración de culpables. La supervivencia del  “algo habrá hecho” en el imaginario colectivo es recurrente. Y quienes tienen que administrar la justicia no están al margen de la interiorización de este mito de la violencia contra las mujeres.

Nos sorprendemos al saber que en algunos países, el testimonio de las mujeres tiene la mitad del valor del testimonio de los hombres. Regulado, consentido. La palabra de las mujeres computan el 50%. Y no podemos dejar de pensar lo atrasados que están; la discriminación que sufren las mujeres en la propia justicia en esas zonas.

Pues como aquí.  La diferencia es que en nuestro país no está estipulado, y no deja de ser la valoración de cada juzgado, de cada policía, de cada una de las personas que vemos, leemos, vivimos las situaciones de injusticia. Casos como el de “La Manada” constituyen el ejemplo más significativo.

Violaciones, agresiones sexuales de todo tipo (el horror de la joven turista a la que introdujeron una cría de tortuga en la vagina); acoso sexual en el ámbito laboral; menores, mayores… No es de extrañar que muchas mujeres se pregunten qué más tiene que pasar para que se tomen medidas reales y efectivas, mejor si es en el marco del Pacto de Estado contra la Violencia.

Sin embargo, hay que poner sobre la mesa los fallos en el modelo (la fuerza del patriarcado) que permiten, cuando no estimulan, que en un año fundamental para el feminismo (la huelga del 8 de marzo, las movilizaciones y manifestaciones con una participación histórica) avance la cosificación de las mujeres y alcancemos cifras escalofriantes de víctimas de violencia machista. Y no sólo en nuestro país. Se equivocan quienes afirman que las mujeres tienen ahora más poder que los hombres, aunque en el gobierno de Pedro Sánchez haya más mujeres que hombres. Eso no es extrapolable a ningún ámbito de la vida privada, ni siquiera de la vida pública en ningún caso. Ni es Poder.

Que la respuesta a #MeToo sea la imputación de Asia Argento como agresora sexual de un menor (de 17 años) no deja de ser paradójica. Es la culminación de la fantasía de muchos defensores del machismo (diría del machismo rancio, pero rancios son los hombres que lo defienden. El machismo es el brazo articulado del patriarcado y el máximo exponente del desprecio a las mujeres).

A estas alturas, Ni Una Menos es un movimiento internacional. Mujeres de todo el mundo se reconocen en la proclama iniciada por el movimiento feminista argentino. Sus movilizaciones por el aborto legal, en un país donde mueren más de 50.000 mujeres al año, nos devolvió a una realidad que habíamos olvidado. La sesión del Senado, donde cada senador/a tenía libertad de voto, frustró la consecución de un derecho, pero las calles argentinas, los pañuelos verdes, abrieron una brecha por la que continúan otros países de la región. No olvidemos que impedir el derecho a decidir sobre el propio cuerpo, legislar en contra de la decisión propia en un ámbito de la trascendencia de los derechos sexuales y reproductivos es una violencia contra las mujeres, es una violencia de Estado.

En contrapartida, espero que la respuesta y resultado del #EleNao haya logrado frenar las posiciones de Jair Bolsonaro en Brasil.  

Volviendo a nuestras calles y nuestras casas, sin duda poner en marcha las medidas recogidas en el Pacto de Estado sería un paso importante. Dotarlo de fondos, es imprescindible, como lo es la formación al personal implicado en la atención y respuesta a las víctimas. Y, por supuesto, reformar el Código Penal en la línea de lo que señala el Convenio de Estambul. Prevención, atención, reparación tienen que ser los pilares de las políticas que aspiren, en serio, enfrentar las violencias que sufren las mujeres.

Y, por supuesto, tenemos que volver la mirada hacia los maltratadores, violadores, acosadores. Ellos son los que tienen que ser cuestionados. Sobre ellos hay que poner la lupa, las políticas restrictivas y el peso de la justicia. Ellos provocan esta situación vergonzante en una sociedad que se precie como respetuosa e igualitaria.

Mientras, estaremos pendientes de una próxima convocatoria de huelga general de mujeres. El 26 de noviembre o cuando el Movimiento Feminista considere.