No son manadas son violadores

 

Begoña Marugán Pintos.

Socióloga.

 

 

La manada es el nombre con el que se ha popularizado el fenómeno de las agresiones múltiples. Es este un fenómeno social que sirve como síntoma para conocer del estado actual del patriarcado.

La RAE define “manada” como grupo de animales de ganado doméstico, especialmente cuadrúpedos, que andan juntos o también como grupo numeroso de otro tipo de animales de una misma especie que van juntos. Esta denominación empieza a utilizarse para referirse a las agresiones sexuales múltiples desde los Sanfermines de 2016 cuando un grupo que utilizaba ese nombre en el grupo de WhatsApp violan a una joven de 18 de años. Uno de sus componentes, Alfonso Jesús Cabezuelo, que aparece en un vídeo de otra agresión en Pozoblanco, tenía varios tatuajes como las fauces de un lobo y el lema del grupo: “El poder del lobo reside en la manada”.

La manada por tanto, tiene una acepción positiva como clamaba el movimiento feminista en respuesta a la sentencia de este caso. La “manada” connota aspectos positivos de hermandad y de ahí la consigna de se reitera en las calles en apoyo sonoro con las víctimas de estos delitos: “Escucha hermana, aquí está tu manada”.

Conviene detenerse mínimamente en este análisis semiológico por el poder de creación de imaginarios que tiene el lenguaje y analizar que seguir usando este significante resulta un error. Al popularizar este concepto para las agresiones sexuales múltiples hemos asumido la  autodenominación de un grupo de jóvenes violadores y al usar sus propias palabras les otorgamos cierto poder y nos plegamos a sus deseos de autodesignación. Se han hecho famosos y no han faltado imitadores o secuelas haciéndose pasar por “la nueva manada”. Bien podrían haberse les denominado “piara”, pero en realidad simplemente hay que decir que son unos violadores.

Un fenómeno en aumento

Para la Organización Mundial de la Salud la violencia sexual son un amplio abanico de  actos que van desde el acoso verbal a la penetración forzada. La violencia sexual abarca muchas conductas cotidianas, desde la presión social a la intimidación a la fuerza física y una variedad de tipos de coacción. Dentro de la misma destaca la violación por desconocidos o conocidos; las  insinuaciones sexuales no deseadas o acoso sexual (en la escuela, el lugar de trabajo, etc.); la violación sistemática, la esclavitud sexual y otras formas de violencia particularmente comunes en situaciones de conflicto armado (por ejemplo fecundación forzada); el abuso sexual de personas física o mentalmente discapacitadas; la violación y abuso sexual de niños  y formas “tradicionales” de violencia sexual, como matrimonio o cohabitación forzados. De todas estas expresiones nos centraremos en las agresiones múltiples, un fenómeno que ha aumentado en los últimos años.

Hasta fechas recientes no se recogían datos sobre este delito, pero cómo sucediera con la violencia doméstica, se han empezado a recoger esta información a partir de las noticias  aparecidas en los medios de comunicación y de las denuncias. En los últimos tres años, hasta el 5 de septiembre, se han contabilizado un total de 66 casos, habiéndose producido un aumento exponencial, como refleja el gráfico siguiente:

Estadística

Esta expresión de violencia tiene algunas características nuevas. Las investigaciones realizadas sobre violación habían demostrado que los violadores no son sujetos trastornados que te asaltan por la noche, sino hombres conocidos e incluso familiares. Sin embargo, en el caso de la violación grupal la situación es distinta. En el 14,9% de los 66 casos las agresiones sexuales fueron perpetradas por algún conocido (compañeros de clase, piso, trabajo, etc.), en el 25,4%  se desconoce la relación entre agresores y víctimas, pero en el 61,2% de las agresiones estas fueron perpetradas por grupos de varones desconocidos por las víctimas o que habían conocido ese mismo día (en primer contacto). 

También presenta otras características nuevas que dotan a este delito de mayor virulencia y  hacen del mismo un motivo de alarma social. En ella se encuentran implicados un número importante de menores. En los 66 casos conocidos se han registrado 28 víctimas menores de edad, pero aún es más elevado el número de agresores. Al menos 71 agresores eran menores de edad. Además, en 4 de los grupos de agresores había, al menos, un miembro de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (dos casos en Pozoblanco y Pamplona, uno en una base militar en Antequera y dos policías en Estepona).

Sociológicamente este fenómeno nos plantea la cuestión de la grupalidad de un acto como el sexual que, en principio, se produce en el ámbito de la intimidad. Sin embargo, hay que aclarar que la violencia sexual poco tiene que ver con la sexualidad. Pensar este delito en términos sexuales desvía la atención y sólo humaniza un delito salvaje. Enfocarlo desde aquí sólo favorece a los delincuentes varones y se acaba intentando justificar por la loca idea de la “instintiva pulsión sexual masculina” o  “el irrefrenable deseo sexual masculino”. Obviamente algo fuera de toda explicación científica y argumento patriarcal que responsabiliza a las víctimas de las agresiones sufridas.

Crimen de poder

Si decíamos anteriormente que estos grupos no son manadas sino pura y simplemente violadores, aclaremos ahora que la violencia sexual no es un delito de placer, sino de poder como en los años sesenta se analizó. Según la psicóloga Browmiller (1975): “la violación  no es un crimen de placer. Es un crimen de poder”. Que además perpetúa el dominio de los hombres sobre las mujeres al extenderse el fantasma de la violación entre todas las mujeres. No se precisa haber sido abusada para adoptar comportamientos de prevención, intimidación y miedo. ¿Cuántas no han salido una noche por temor a ella, no se han puesto esto o aquello porque no piensen que, no se han cambiado de acera, no han llevado las llaves de casa apretadas en la mano andando muy rápido, quién no llamado a sus amigxs cuando llega a su hogar para decir que está bien? Y es aquí donde reside la explicación de este hecho. La conclusión a la que llego es simple: estamos ante una nueva estrategia del patriarcado para que las mujeres sigas subordinadas.

Observando el contexto en que todo esto se produce vemos cómo las mujeres estamos rompiendo ese papel sumiso y temeroso en el que se nos ha socializado. Por otro lado, la igualdad se propaga como slogan a cuatro vientos. Se dice a las niñas que son iguales a los niños y,  de tanto oírlo, las niñas de hoy piensan que son iguales, de modo que intentan vivir en igualdad. Cosas que en muchos casos puede darse, pero no en todos, ni con todos. Hay algunos reductos fuertemente patriarcales que van a impedir el avance de todos en esta carrera hacia la igualdad. Y si hay un modo de frenar el avance y poner a las mujeres en su sitio es la coacción genérica a través de la sexualidad. El uso y abuso del cuerpo femenino deja a todo su género en la indefensión y le sitúa nuevamente en la prescripción: “no hagas esto o lo otro porque te podría pasar…”.

Las agresiones sexuales en grupo refuerzan el poder masculino frente al avance de las mujeres. En los últimos tiempos las mujeres estamos avanzando demasiado y ese avance lo hay que parar para seguir el orden social patriarcal. Así, si por un lado, la violencia sexual debilita el empoderamiento actual femenino, por otro, refuerza el poder masculino. Cuando se hablar de La Manada por ejemplo se hace referencia a los cinco violadores de los San Fermines, pero no se menciona que en el mismo WhatsApp donde iban comentando su tropelías había 23 hombres y que sepamos ninguno de ellos dijo nada en contra, cuando según los medios, en aquel chat  se decían cosas como: “Llevamos burundanga? (…) Para las violaciones”.

Pero son muchas más las muestras de este mandato de género que vuelve a explicitar quién tiene el poder. Las sentencias remarcan “la obligación” de las víctimas de demostrar su rechazo a través de exponer una fuerte resistencia a un acto indeseado.  La Sentencia de La Manada determina abuso y no violación porque aunque en el Código penal se establece que en ambos delito hay penetración, para que se entienda que hay violación debe haber violencia física e intimidación. Una violencia que parte de una concepción masculina de la misma porque la violencia se interpreta únicamente como violencia física. Tampoco se entiende que haya intimidación cuando se trata de 5 hombres mayores y más fuertes que la víctima. Hay que probar los hechos y no comprende que hay una intimidación constante y estructural. A las gafas de sol que intentó robar, ni el vigilante que intentó atropellar Ángel Boza se les pide que demuestre que se opusieron a ser robadas, ni atropellado.

Desgraciadamente, cuando se trata de violencia contra las mujeres, especialmente en los casos de violencia sexual, la carga de la prueba recaía sobre la víctima y jueces como Ricardo González acaban viendo placer en el vídeo grabado de un acto de agresión y dominación brutal. Pero no es un caso aislado, se llama patriarcado porque en casa, en la escuela y en la calle el mensaje que se da a las niñas es de prevención: “No hagas, no digas, no vayas a porque te pueden violar”. Sin embargo, la responsabilidad no es de las niñas, ni de las mujeres, sino de los niños y los hombres. ¿Por qué no se cambia el discurso y se enseña a respetar que sólo el sí es consentimiento y se enseña a los hombres no abusar en ninguna de sus formas? En una sociedad digital como la nuestra, cuando unos individuos graban y presumen de un acto tan deleznable es porque se sienten orgullosos de hacerlo. Y no sólo hablamos de los violadores de los San Fermines,  el 12% de las agresiones cometidas en grupo fue pornificada porque consta al menos una grabación por parte de los agresores. El mensaje de orgullo es claro.

En las multitudinarias concentraciones y manifestaciones de repulsa de la Sentencia a la Manada ha habido algunos hombres, pero sabiendo que este problema de la violencia es un problema de los hombres, toca a los hombres manifestarse contra la misma porque sino lo hacen su silencio será cómplice y si, como decíamos, este es un síntoma para conocer el estado actual del patriarcado, podemos acabar concluyendo: ¡El patriarcado, bien gracias!